PERPETVA VITA


[Imagen del Buen Pastor en las catacumbas de Priscila, en Roma]

La Arqueología del cristianismo primitivo hace tiempo que está de moda desde la óptica investigadora pero, en los últimos meses, es evidente que se ha puesto también de moda desde la óptica social. En estas últimas semanas, sin duda aprovechando la coyuntura de la Semana Santa, se han publicado algunos reportajes al respecto, por ejemplo, en La Razón; la revista Desperta Ferro (Arqueología & Historia) habla profusamente del cristianismo primitivo en el número monográfico que acaba de publicar sobre la Hispania tardorromana (54, 2024); National Geographic Historia dedica el número de marzo de su edición impresa a "Jesús, las claves del personaje histórico"; y, de igual modo, han sido un auténtico éxito la emisión, en la celebrada serie de documentales "Arqueomanía", que emite La 2 de Televisión Española, de dos documentales, muy recientes, de hace menos de un mes, sobre "Las catacumbas", o "La cristianización del mundo fúnebre", secuelas de otro titulado "Los apóstoles de Occidente", emitido hace un año y los tres, además, con participación de una de las investigadoras que, respecto del cristianismo primitivo en Occidente, más ha contribuido a dinamizar la cuestión desde la óptica de su huella material, Alexandra Chavarría, de la Università degli Studi di Padova, reciente comisaria de la excelente exposición "Córdoba y el Mediterráneo cristiano: Cambio de Era" auspiciada por el Ayuntamiento de Córdoba y por el cabildo de la Mezquita-Catedral de Córdoba y cuyo catálogo está disponible, íntegramente, en línea. Nosotros mismos tuvimos que ocuparnos del tema, desde la óptica epigráfica y de la conmemoración funeraria, en un seminario dictado en la Pontificia Universidad Católica de Chile en marzo de 2023, conferencia cuya presentación ha tenido un notable número de visitas en nuestro perfil de SlideShare que prueba también el interés del asunto.

 

En general, la mayor parte de los trabajos que se publican coinciden en señalar que hasta, prácticamente, entrado el siglo III, el cristianismo apenas se reconoce arqueológicamente por más que, efectivamente, sí dispongamos de fuentes que hablen de su progresiva expansión y que, incluso, generen una suerte de "relato" sobre cómo eran los cristianos percibidos por la sociedad romana en los primeros tiempos. Es más, el Nuevo Testamento, a propósito de las primeras noticias sobre la Resurrección ya habla de la difusión de historias y rumores sobre el acontecimiento "hasta el día de hoy" (Mt. 28, 15) y disponemos, como es sabido, de testimonios sobre los primeros cristianos en Plinio el Joven (Ep. 10, 96 con la respuesta de Trajano en 10, 97, analizadas pormenorizadamente aquí), en la célebre Carta a Diogneto, escrita ya avanzado el siglo II d. C., y en el Apologeticus de Tertuliano, fechado hacia el 197 d. C.

Precisamente, en el marco de ese auténtico revival sociológico que ha experimentado el fenómeno del cristianismo primitivo, se ha colado en la recomendable serie audiovisual "Imparare Roma" auspiciada por la Pontificia Università della Santa Croce, de Roma, otro texto, poco conocido, que nos permite sondear mejor cuál era la imagen que se tenía del cristianismo y de sus seguidores en los primeros tiempos. Efectivamente, en el episodio 6 de dicha serie, se glosa lo esencial del Octauius, un diálogo compuesto por un tal Marco Minucio Félix y que, seguramente contemporáneo del Apologético de Tertuliano, presenta un delicioso diálogo, a propósito de una excursión a Ostia, entre un pagano, Cecilio, y un cristiano, Octavio que desgranan en su discusión los que debían ser, entonces, los lugares comunes de la imagen social de los primeros cristianos y de las creencias que daban sentido a la vida de éstos. De este opúsculo existe una cuidada edición, y mejor traducción, a cargo de Víctor Sanz Santacruz, que, hasta su muy reciente jubilación, fuera director de la Biblioteca de la Universidad de Navarra, edición alojada en la Biblioteca de Patrística de la editorial Ciudad Nueva. Existe edición latina íntegra del texto en la Perseus Digital Library a la que se enlaza, en los pasajes concretos que se transcriben más abajo, en cada caso, al comienzo de cada uno, sobre la numeración del capítulo en cuestión.

La acción que enmarca el diálogo es sencilla y se describe al comienzo del relato (2 y 3), un tal Octavio visita Roma "por diversos asuntos", entre ellos encontrarse con su amigo Cecilio. Ambos, como comentábamos más arriba, resuelven dirigirse "a Ostia, una ciudad muy agradable" (amoenissima ciuitas) a la que se encaminan para bañarse en el mar justo "después del verano" cuando el otoño romano "ofrecía una temperatura moderada". Cuando llegan a esta ciudad, tradicional puerto de la Roma imperial, Cecilio, ve una estatua de Serapis y deposita en su mano un beso y pone su mano sobre la imagen para transmitir el ósculo a la estatua (2, 4). Ello provoca el inicio de una conversación, paseando por la playa y sintiendo "con gran placer cómo la arena se hundía cediendo a la blanda huella de nuestros pies", que versará sobre la religión y que se articulará, tal como se presenta en un capítulo específico del texto (4), a modo de un diálogo en el que, en la primera parte (5-15) el pagano Cecilio hará una defensa del paganismo y un ataque a la religión cristiana y una segunda (16-38) en la que será Octavio el que refutará las afirmaciones de Cecilio y hará una apología del cristianismo, ambas digresiones pronunciadas en presencia de un tal Minucio que actúa como juez de la conversación, en calidad de iudex.

Como hemos hecho en otras ocasiones, dejemos hablar al texto clásico a continuación haciendo, por un lado, una selección de las palabras de Cecilio:

6 [Elogio de la tradición religiosa romana]: "2. Así, su poder y autoridad ha llenado el orbe entero, y su imperio se ha extendido más allá de los caminos del sol y de los confines del océano, ya que en el combate no han dejado de practicar la piedad, fortaleciendo la ciudad con sus cultos, con la castidad de sus vírgenes, con los muchos honores y títulos de sus sacerdotes; como cuando, sitiados y asediados por el enemigo, con excepción del Capitolio, y tras rendir culto a los dioses, lo que cualquier otro hubiera evitado por considerarlos enojados, sin otras armas que la práctica de su religión, atravesaron las filas de los galos, sorprendidos de la audacia de su piedad; o cuando, en la conquista de las murallas enemigas, apenas lograda la victoria, veneran a las divinidades vencidas, pues en todas partes buscan a los dioses extranjeros y los hacen suyos, dedicando altares incluso a los dioses desconocidos y a los Manes. 3. De este modo, al aceptar los cultos de todos los pueblos, se hicieron merecedores también de sus reinos. Desde entonces se ha mantenido siempre en alto grado el respeto, que no sólo no disminuye con el tiempo, sino que aumenta, como quiera que los años suelen conceder a las ceremonias y a los templos tanta santidad cuanta vejez les añaden".

9 [Carácter abominable de los ritos y costumbres cristianas]: "1. Y, en la actualidad, a medida que las costumbres depravadas se difunden de día en día, los ritos repugnantes de esta turba impía se extienden por todo el orbe, como la mala hierba que crece más rápidamente. Se trata de una conspiración que hay que sacar completamente a la luz y condenar. 2. Se conocen entre sí mediante marcas y signos secretos y se profesan amor mutuo casi sin conocerse; por todas partes se difunde entre ellos una especie de religión libidinosa, y hasta se llaman indistintamente hermanos y hermanas, convirtiendo así en incesto el frecuente adulterio, mediante el recurso a un nombre sagrado. Hasta tal punto se vanagloria de sus crímenes su vana y loca superstición. 3. Si no hubiera un fondo de verdad, no circularía acerca de ellos un rumor, tan grande, variado y, con perdón, sagaz. He oído que adoran, ignoro por qué necia convicción, la cabeza del más torpe de los animales domésticos, el asno: ahí se ve la dignidad de una religión capaz de tales costumbres y nacida de ellas. 4. Otros cuentan que rinden culto a los genitales de su jefe religioso y de su sacerdote, como si de ese modo adoraran el sexo de su propio padre: no sé si será una falsedad, pero, en todo caso, se trata de una sospecha que casa muy bien con las ceremonias secretas y nocturnas. Hay quien habla de que veneran en sus ceremonias a un hombre castigado al mayor suplicio por su delito y la madera funesta de una cruz, y les atribuye altares apropiados a depravados y criminales, de modo que les hace así venerar lo que merecen. 5. Por lo que respecta a la iniciación a los principiantes, las habladurías son tan detestables como conocidas. Delante de quien va a iniciarse en los ritos sagrados se pone a un niño cubierto de harina, para engañar a los más incautos. El niño muere como consecuencia de las heridas invisibles y encubiertas producidas por el principiante, incitado por la capa de harina a asestar golpes que cree inofensivos. Luego, oh impiedad, lamen con avidez la sangre de este niño y se reparten sus miembros; con esta víctima sellan una alianza y con la conciencia de este crimen se comprometen a guardar mutuo silencio. Esos ritos sagrados son más abominables que todos los sacrilegios. 6. También es conocido lo concerniente a su banquete, pues todo el mundo habla de ello por doquier; así lo atestigua el discurso de nuestro conciudadano de Cirta. En un día señalado se reúnen para el banquete personas de todos los sexos y edades con todos sus hijos, hermanas y madres. Allí, después de un copioso festín, cuando el ambiente del banquete se ha caldeado y la embriaguez ha inflamado el ardor de la pasión incestuosa, incitan a un perro, que ha sido atado a un candelabro, a realizar saltos y brincos, echándole una pizca de carne más allá del perímetro de la cuerda con la que está atado. 7. Derribada y extinguida así la luz que sirve de testigo, se entregan, protegidos por las tinieblas impuras, a los solicitantes de una pasión repugnante por medio de la incertidumbre del azar, de manera que aunque no todos sean de hecho incestuosos, son sin embargo igualmente cómplices del incesto, pues cualquier cosa que cada uno de ellos pueda realizar responde al deseo de todos".

10 [Secretismo de la religión cristiana e impotencia de su Dios]: "(...) 2. En efecto, ¿por qué se afanan tanto en ocultar y esconder todo lo que veneran, siendo así que lo que es honesto se complace siempre en la publicidad, mientras que los crímenes se mantienen en secreto? ¿Por qué no tienen altares, ni templos, ni estatuas conocidas, por qué nunca hablan en público ni se reúnen a la vista de todos, si no es porque lo que veneran y ocultan es algo criminal y vergonzoso? 3. ¿De dónde procede, quién es y dónde habita ese dios único, solitario, abandonado, al que ni los pueblos libres, ni los reinos, ni siquiera la superstición romana han conocido? 4. Sólo el miserable pueblo judío ha honrado a un dios único, pero públicamente, con templos, altares, víctimas y ceremonias; aunque, por otra parte, no tiene fuerza ni poder alguno, siendo como es prisionero de los romanos junto con su pueblo. 5. Por añadidura, ¡cuántas monstruosidades y portentos inventan los cristianos! A ese dios suyo, al que no pueden mostrar ni ver, tratan diligentemente de descubrirlo en las costumbres de todos, en los actos de todos, en las palabras y hasta en los pensamientos más ocultos, como si acudiera a todos lados y estuviera presente en todas partes; se lo imaginan molesto, inquieto, indiscreto hasta la desvergüenza, si es cierto que está presente en todos los actos y merodea por todas partes, aunque ni puede atender a cada uno, ya que está atareado con todos, ni puede llegar a todos, pues está ocupado con cada uno".

11 [Creencia cristiana en el fin del mundo y en la resurrección]: "2. (...) inventan y añaden fábulas más propias de ancianas: cuentan que tras la muerte, el polvo y las cenizas, ellos renacen y con no sé qué osadía creen mutuamente en sus propias mentiras; se diría que ya han resucitado (...) 4. De ahí que maldigan las piras fúnebres y condenen la incineración, como si todo cuerpo, por mucho que se libre de las llamas, no acabara con el paso de los años y los siglos volviéndose tierra y como si no fuera indiferente que las fieras lo despedacen, el mar lo consuma, la tierra lo recubra o las llamas lo hagan desaparecer (...) 5. Engañados por semejante error, se prometen a sí mismos, por ser virtuosos, una vida feliz y eterna después de la muerte, y a los demás un castigo eterno, por ser injustos".

12 [La vida miserable y desgraciada de los cristianos]: "4. Omito lugares comunes. Os esperan amenazas, suplicios, tormentos, cruces no para adorar sino para padecer, así como el fuego, que predecís y teméis: ¿dónde está ese dios que puede ayudar a los que resucitan pero que no puede ayudar a los vivos? 5. (...) Mientras tanto, angustiados y vacilantes, os abstenéis de los placeres honestos: no asistís a los espectáculos, no participáis en los desfiles, estáis ausentes de los banquetes públicos, sentís aversión a los certámenes sagrados, a los alimentos cogidos antes de tiempo y a las bebidas ofrecidas sobre los altares (...) 6. No adornáis vuestras cabezas con flores, no ennoblecéis vuestros cuerpos con perfumes; reserváis los ungüentos para las ceremonias fúnebres e incluso os negáis a depositar coronas en las tumbas; se os ve pálidos, temblorosos, dignos de misericordia, pero por parte de nuestros dioses. Así, ni resucitáis, desgraciados, ni mientras tanto vivís".

El eje del discurso de Cecilio está claro: por un lado, considera que la potestas et auctoritas, "el poder y el prestigio", de Roma ha sido capaz de ocupar totius orbis ambitus -"todo el espacio del mundo", podríamos traducir- gracias fundamentalmente a tres elementos: la uirtus religiosa romana, es decir, su religiosidad; los sacra -"las ceremonias sagradas"- que articulan sus diversas religiones, sacra religionibus; el prestigio de su multitud de sacerdotes, los honores ac nomina sacerdotium, como se dice en el texto; y, sobre todo, su capacidad de incorporar los sacra, esas ceremonias sagradas, uniuersarum gentium, "de multitud de naciones". Por su parte, a los cristianos se les califica como impia coitio, "turba impía", y a su religión, descrita como obscura y abscondita -"oculta y escondida"- se le califica como demens superstitio, "loca superstición", llamando la atención de ella, a los ojos del paganismo, cuatro elementos. En primer lugar su conuiuium, es decir "el banquete eucarístico" del que, según afirma Cecilio, passim omnes locuntur -"todos hablaban por todas partes"-, su afán de intentar buscar a Dios en todas las realidades humanas -deum illum suum (...) diligenter inquirere in omnes, dice el texto-, su creencia en la resurrección expresada con el verbo reuiuere, de hecho, y su apartamiento de los spectacula, de las pompae, de los conuiuia publica y de los sacra paganos, es decir, de los espectáculos, los desfiles y las ceremonias propias de la religión pagana. Un apartamiento del mundo que lleva, de hecho, a Cecilio a exclamar en frase muy gráfica: nec resurgetis nec interim uiuitis!, "ni resucitáis ni, mientras tanto, vivís" en alusión a esa austeridad de vida del cristiano primitivo.

A esta exaltación de la religión romana como parte importante y sustancial del éxito de Roma, siguen las palabras del cristiano Octavio que acabará afirmando (25) que era la crueldad y el poder militar de Roma, y no su piedad, las que habían provocado el aumento y consolidación del Imperio de Roma y que defenderá la verdad de la práctica religiosa cristiana. Octavio, para ello, se expresa del siguiente modo: 

17 [El orden y la variedad del universo manifiestan que existe Dios]: "3. Me parece, por eso, que quienes no quieren ver en la prestancia de todo el universo una obra perfecta de la razón divina, sino un conglomerado de varios fragmentos ensamblados al azar, están ellos mismos privados de inteligencia, de buen juicio e incluso de ojos. 4. Pues, cuando diriges los ojos hacia el cielo y recorres con la vista lo que está debajo y alrededor de ti, ¿hay acaso algo tan patente, manifiesto y evidente, como la existencia de algo divino dotado de una inteligencia eminentísima, que inspira, mueve, sustenta y gobierna todas las cosas? (...) 6. (...) Cada una de estas cosas [antes ha hablado de las estaciones, el día y la noche, la trayectoria del sol...] ha necesitado de un sumo artífice y una razón perfecta no sólo para ser creadas, realizadas y dispuestas, sino que tampoco se pueden comprender, percibir y entender sin una inteligencia y razón supremas".

18 [Providencia, unicidad, inmensidad de Dios]: "3. Pero Dios no cuida tan sólo del conjunto, sino también de cada una de sus partes (...) 4. Si, entrando en una casa, vieras todo muy cuidado, ordenado y adornado, creerías sin duda que tiene dueño y que él es además mucho mejor que todas esas cosas buenas; de modo parecido, cuando en esta casa del mundo reconoces, en los cielos y en la tierra, una providencia, un orden, una ley, debes creer también que hay un dueño y padre de todo, mucho más hermoso que los mismos astros y que las diferentes partes del mundo. 5. Si tal vez, pues acerca de la providencia no hay duda alguna, piensas que hay que indagar si el reino celeste es gobernado por el poder de uno solo o por el común acuerdo de varios, eso mismo no ofrece gran dificultad a quien considera los imperios de la tierra, que toman asimismo sus modelos del cielo. 6. ¿Cuándo se ha visto alguna vez que una realeza compartida por varios haya tenido su inicio en la confianza o se haya disuelto de modo incruento? (...) 8. A ese Dios ni se le puede ver, pues es demasiado luminoso para la vista; ni tampoco abarcar, ni medir, ya que es más grande que nuestros sentidos, infinito, inmenso y conocido en toda su grandeza sólo por sí mismo (...) 11. Incluso quienes tienen a Júpiter por príncipe, aunque yerran en el nombre, están de acuerdo con nosotros en que existe un único poder supremo".

24 [La veneración romana de las estatuas de los dioses]: "1. Es ocioso ir uno por uno y explicar la serie completa de la genealogía de los dioses, dado que su condición mortal ha quedado probada por los primeros progenitores y ha pasado a los restantes por la misma sucesión ordinaria. 2. A no ser qué inventéis dioses después de la muerte (...) este nombre [de dioses] se les adjudica además en contra de su voluntad, pues desean perseverar en su condición humana, temen convertirse en dioses e, incluso ya viejos, lo rechazan. 3. Por tanto, no puede haber dioses de entre los muertos, porque un dios no podría morir, ni de entre los nacidos, porque todo lo que nace muere; por el contrario, es divino lo que no tiene ni nacimiento ni muerte (...) 11. Si examinas los ritos de los romanos, ¡cuántos de ellos son ridículos y dignos de lástima! Unos corren desnudos en lo más crudo del invierno, otros van cubiertos con el píleo, se pertrechan de sus viejos escudos, hacen sonar la piel de los tambores y portan de aldea en aldea a sus dioses mendicantes; hay algunos templos que sólo permiten la entrada una vez al año, otros no se pueden visitar en absoluto; hay lugares donde no se permite entrar a los varones y ritos en los que se excluye la presencia de mujeres e, incluso, para un esclavo, participar en algunas ceremonias constituye un escándalo que debe ser expiado; hay estatuas que son coronadas por una mujer casada sólo una vez, oras en cambio son coronadas por una mujer que se haya casado varias veces y se busca con gran celo a la que pueda contar en su haber varios adulterios".

31 [La acusación de incesto: la pureza y sobriedad de vida de los cristianos]: [Tras salir al paso de los rumores vertidos por Cecilio (30 y 31, 1-4 además de, más adelante, 34, 9-11 en lo relativo a las costumbres funerarias)] "5. Nosotros, en cambio, mostramos el pudor no en el rostro, sino en el alma: de buena gana permanecemos unidos con el vínculo de un único matrimonio y ejercemos el deseo de engendrar con una sola mujer, o con ninguna. Nuestros banquetes no son sólo honestos, sino también sobrios, pues no nos excedemos en la comida ni prolongamos los banquetes bebiendo vino sin mezcla, sino que moderamos la alegría con gravedad, por medio de una conversación casta y de un cuerpo aún más casto; y hay muchos entre nosotros que disfrutan, sin jactarse de ello, de la virginidad perpetua de un cuerpo intacto; en suma, el deseo del incesto está tan lejos de nosotros que a algunos incluso una unión honesta les avergüenza (...) 7. El que nuestro número aumente de día en día no es un delito que ponga de manifiesto nuestro error, sino más bien un signo de aprobación, ya que noble y excelente género de vida es aquel que lleva a perseverar en él a quien lo practica y a adherirse al extraño. 8. Así pues, para terminar, nos distinguimos fácilmente no por una marca corporal, como creéis, sino por el signo de la inocencia y de la modestia; nos amamos unos a otros, lo cual os aflige, porque no sabemos odiar; y nos llamamos hermanos, cosa que os produce envidia, como es propio de hombres que tienen a un único Dios por padre, que son partícipes de la misma fe y coherederos de esperanza. Vosotros, en cambio, os ignoráis mutualmente, incurrís en enfrentamientos de unos con otros y sólo os reconocéis hermanos para cometer fratricidio".

Los argumentos de Octavio son, también, extraordinariamente interesantes. Al margen de poner el foco en costumbres irracionales de la religión romana, ofrece algunos argumentos de su fe que, cuando menos, resultan sugerentes, por su pervivencia y, por tanto, por su modernidad. Así, por ejemplo, reclama que el propio totius mundi ornatus, es decir, "la prestancia de todo el universo", como traduce la edición que aquí recomendamos, pida una diuina ratio, una "razón divina", una inteligencia que sea la responsable de "tan grande providencia", quanta prouidentia, dice el texto latino, como puede seguirse en el orden cósmico natural. Pero, más allá de ese argumento, Octavio contrarresta las acusaciones y rumores de Cecilio desgranando hábitos propiamente cristianos, de entonces y de ahora. Por ejemplo, y entre ellos, el pudor non facie sed mente, es decir, "la limpieza no de rostro sino de mente" o la monogamia definida como cupiditas procreandi aut unam aut nullam -es decir, el matrimonio con una única mujer o la renuncia a éste en el celibato- y, en ese contexto, pone, además, el foco en cómo esa innocentia et modestia es la responsable de que, como él afirma, dies nostri numerus augetur, "aumente en nuestros días, de día en día, el número de los nuestros", podríamos traducir. Resulta muy representativo que su intervención cierre con un tópico de naturaleza evangélica, presente también en la Carta a Diogneto, que es el de la dilectio mutuo amore, el "amor fraterno" y el singular sentido de hermandad -fratres uocatur, dice el texto- que presidía las relaciones entre los miembros de la primera comunidad cristiana romana de la que este texto informa con profusión y que se recuerda en un hermoso mosaico de Tipasa, en la Mauretania (AE 1979, 682) con que cerramos estas líneas que, esperamos, hayan resultado útiles e inspiradoras para los lectores de Oppida Imperii Romani. Actuales, desde luego, nos parece que lo son.

Para quien quiera saber si los argumentos de Octavio convencieron a Cecilio y averiguar el final de este singular diálogo, sólo resta animarle a la lectura de este delicioso tratado sobre el cristianismo primitivo y el modo cómo éste era percibido entrado el siglo II de nuestra Era.