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Portada del número 41 de la colección de Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana de Signifer Libros, JORDÁN, Á. A.: Concepto y uso del monumento epigráfico en la Hispania Romana durante el Principado, Madrid-Salamanca, 2014, 308 pp., 978-84-941137-7-2, recomendabilísimo (si estás interesado en adquirirlo, pincha aquí).

Quienes nos dedicamos a enseñar Epigrafía Latina -esa ciencia que, como dice el título de nuestro post, hace que, efectivamente, "hablen las piedras- y sería deseable que así fuera también entre quienes la estudian en las aulas universitarias o la emplean como fuente de información para conocer el mundo antiguo, estamos muy acostumbrados -aunque no haga tanto tiempo de su implantación en el lenguaje de la academia- a manejar tres conceptos a veces difíciles de distinguir pero que, en cualquier caso, definen muy bien -desde una óptica cultural- uno de los grandes "milagros" de Roma, el de ser capaz de -a través de unos complejos procesos de aculturación- convertir las inscripciones en "medios de masas" (en expresión del autor del volumen que aquí reseñamos, p. 16) y, por tanto, en un elemento esencial de la cultura escrita de la sociedad romana y, después, también de aquéllas que interactuaron con ella. Se trata de los conceptos de hábito epigráfico (epigraphic habit), la costumbre, la rutina de grabar inscripciones (MAC MULLEN, R.: "The epigraphic habit in the Roman Empire", American Journal of Philology, 103.3, 1982, pp. 233-246  o MEYER, E. A.: "Explaining the Epigraphic Habit in the Roman Empire: the Evidence of Epitaphs", Journal of Roman Studies, 80, 1990, pp. 74-96; de cultura epigráfica (epigraphic culture), el modo en que el hábito epigráfico tomó forma en función de una serie de condicionantes culturales y etnográficos variadísimos (éstos últimos extraordinariamente bien tratados en el volumen que nos ocupa: pp. 41-50) (WOOLF, G.: "Monumental Writing and the Expansion of Roman Society in the Early Empire", Journal of Roman Studies, 86, 1996, pp. 22-39, por ejemplo, además de este útil vídeo/entrevista a Géza Alföldy, que tanto trabajó sobre esta cuestión: pincha aquí); y, por último, el paisaje epigráfico (epigraphic landscape), el aspecto que las ciuitates y los territoria -y en general cualquier espacio susceptible de ser escenario para la instalación de una inscripción- adquirieron a propósito de la colocación de inscripciones y el modo cómo éstas y aquéllos interaccionaron durante la Antigüedad (por ejemplo, el coloquio COOLEY, A. (coord.): The Epigraphic Landscape of Roman Italy, Londres, 2000 o, a nuestro juicio uno de los trabajos más ilustrativos sobre la cuestión, el de CORBIER, M.: Donner à voir, donner à lire. Mémoire et communication dans la Rome ancienne, París, 2006). Los tres están completamente entrelazados -y son manejados, además, de un modo extraordinariamente solvente- en el volumen que aquí valoramos, una nueva entrega de una de las series editoriales -junto con Instrumenta, de la Universitat de Barcelona- a las que hay que estar siempre atentas, respecto del mundo antiguo, en el mercado editorial español. 

La complejidad de esos conceptos y el hecho de que, habitualmente, el polisémico fenómeno de las inscripciones haya sido estudiado de manera parcial -"míope", podría decirse- y sin atender suficientemente a lo que de "globalización cultural" supuso, convierte ya en un acierto -por su oportunidad y por su enfoque metodológico- el trabajo que reseñamos en esta aun naciente sección Volumina de Oppida Imperii Romani, un volumen extraordinariamente bien editado -como todos con los que nos obsequia esta colección puesta en marcha, con extraordinaria prolijidad, por el Prof. Dr. D. Sabino Perea- que trata de responder a la cuestión de "con qué finalidad emplearon los distintos grupos sociales las inscripciones y de qué forma se conformó el espacio epigráfico urbano" (p. 11) tratando de explicar por qué se grabó una inscripción en época antigua, con qué objetivo y con qué propósitos y, además, si esas motivaciones fueron comunes o no a los distintos grupos sociales que emplearon las lapidariae litterae (Petron. Sat. 58, 7) como vehículo de comunicación y, muchas veces, como medio de auto-representación social. Un propósito semejante -totalmente ambicioso- sólo podría abordarlo alguien capaz -desde que comenzó su formación en las aulas de la Universidad de Navarra y la ha madurado como miembro del Equipo Técnico de la revista Hispania Epigraphica y de su imprescindible versión online: pincha aquí- de moverse con éxito y soltura entre las evidencias -debidamente procesadas y organizadas a partir del método estadístico y analítico- que caracterizan fenómenos concretos del ya referido hábito epigráfico, en el caso del volumen que nos ocupa, del que se atestigua en los territorios de las antiguas provincias hispanas, territorios, además, absolutamente desiguales en su sustrato cultural, en la incidencia del fenómeno de la urbanización y, por tanto, atractivos como escenario para valoraciones comparativas, algunas extraordinariamente bien valoradas en las páginas que integran este trabajo (pp. 41-48, por ejemplo, ¡muy esclarecedoras respecto del diferente uso del monumento epigráfico en zonas de tradiciones culturales, étnicas y lingüísticas diversas!). Y es evidente que Ángel A. Jordán ha acreditado suficientemente, hasta la fecha, a través de un ya dilatado curriculum investigador (pincha aquí), su capacidad para escudriñar con acierto la documentación epigráfica y, sobre todo, su audacia para plantear explicaciones a cuestiones que, en ocasiones -y muchas afloran a lo largo de las páginas de este libro cuya lectura, como casi todo lo que este autor firma, no deja indiferente- se han respondido sin tener demasiado en cuenta lo que el ordenamiento de la evidencia documental permite suponer, un planteamiento éste que puede parecer positivista pero que el autor demuestra que es, esencialmente, útil (pp. 55 y ss., por ejemplo). De hecho, algunas de las últimas y brillantes publicaciones del todavía joven Ángel A. Jordán -accesibles desde su completo perfil en Academia- demuestran su extraordinario conocimiento del modo cómo se fue conformando, en diversas zonas de la Península Ibérica pero de modo especial en la Tarraconense y, más concretamente, en el conuentus de la colonia Caesar Augusta, la concepción epigráfica de la sociedad que pobló dichos espacios o de la manera cómo evolucionó el hábito epigráfico en dicho ámbito geográfico y, también, sobre qué condicionantes culturales e ideológicos lo hizo (véanse, por ejemplo, sus trabajos en Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 21, 2013, pp. 81-111, o el capítulo con el que contribuyó a Hispaniae. Las provincias hispanas en el mundo romano, Tarragona, 2009, pp. 125-138 en el que se manejan, además, conceptos sobre los que se vuelve, de nuevo, en el libro que aquí comentamos). Y esa acreditada capacidad de manejar una tremendamente ingente documentación epigráfica -alrededor de 25.000 inscripciones conservamos del pasado romano de la Península Ibérica- no es, sin duda, cuestión baladí pues el autor ha sido capaz de analizarla sin perder de vista cada uno de los tres niveles en que -a su juicio- debe ser comprendida una inscripción romana y, si se nos permite, cualquier documento antiguo y que el propio investigador -a propósito de la difusión del hábito epigráfico a partir de Augusto- describe de manera clarísima en el libro (p. 15): el del comitente -de hecho, la segunda parte del volumen analiza, en detalle, cuál fue el uso que hicieron de las inscripciones quienes fueron sus principales protagonistas y promotores, el emperador (pp. 51-110), los ordines senatorius y equester (pp. 111-164), el ordo decurionum local (pp. 165-226) y las clases que podríamos denominar dependientes (pp. 227-260), un tema éste último al que el autor había ya dedicado otros trabajos y en el que se desenvuelve con notable soltura-, el del monumento en sí y el del receptor y lector de la comunicación atendiendo al papel que la ciuitas supuso como "escenario" habitual del hábito de grabar inscripciones y sin perder de vista de qué modo la extensión del modelo municipal pudo condicionar ese ritmo de desarrollo y evolución de la citada costumbre (pp. 28-36).

Concepto y uso del monumento epigráfico en la Hispania Romana durante el Principado es un volumen sencillo en estructura pero que, nos parece, absolutamente complejo en la organización del material presentado, complejidad que garantiza, además, la utilidad del mismo (ya adelantamos que se convertirá, por su planteamiento, en un libro de consulta constante para quien trabaje con fuentes epigráficas). Un generosísimo elenco de tablas (véase, por ejemplo, las que inventarían las inscripciones de obras públicas promovidas por la elite local -pp. 215-218- o las que recogen a los beneficiarios de tituli honorarii -pp. 179-182-) ofrece abundante repertorio material sobre los distintos tipos de inscripciones -particularmente las cultuales, las monumentales y las honorarias-, tablas que pueden ser susceptibles de futuros estudios pues tienen la virtud de ofrecer, debidamente procesado, todo el material epigráfico disponible sobre la participación de los distintos estamentos sociales en la utilización de una u otra "concepción epigráfica", uno de los conceptos más atractivos de cuantos se presentan en las páginas que aquí valoramos. El trabajo se mueve en torno a varias ideas principales que, a nuestro juicio, resultan novedosas y están sobradamente cimentadas en el análisis de la documentación -cierto que, en ocasiones, algo caprichosa- que ha llegado hasta nosotros. Además -y ése es, a nuestro juicio, otro de los aciertos del trabajo- Ángel A. Jordán recapitula constantemente, al final de cada apartado, las conclusiones a las que llega contribuyendo, de ese modo, a resaltarlas y hacerlas más perceptibles evitando que el lector se pierda en una erudición documental ciertamente sobrecogedora y totalmente útil para el futuro. Así -en un capítulo segundo absolutamente soberbio (pp. 15-50) y que, nos parece, se convertirá en lectura obligatoria en las aulas y en los circuitos investigadores- el autor resume de qué modo, desde los tiempos de Augusto, las inscripciones se convirtieron en medio para exaltar los méritos y la memoria de quienes las promovieron o recibieron (Plin. Ep. 2, 7, 3-6), cómo la ciudad fue convirtiéndose en el espacio privilegiado para acoger ese tipo de monumentos y, sobre todo, en qué medida a partir de Vespasiano se fue operando -seguramente por la propia ideología imperial respecto del uso de los tituli, que el autor presenta de forma acertada (pp. 23-27) escudriñando, con acierto, también la evidencia de las fuentes literarias- un cambio en la concepción epigráfica que privilegiaría la dimensión cultual respecto de la honorífica del propio epígrafe. En este sentido, la caracterización que (pp. 38-39) se hace de los elementos que fueron atenuando el peso de la cultura epigráfica en la sociedad romana en general y en el medio urbano en particular en los siglos de la tan discutida Antigüedad Tardía (a partir del siglo III d. C.) nos parece otro de esos puntos en los que el libro de Á. A. Jordán -compañero de fatigas e ilusiones en Los Bañales de Uncastillo- alcanza cotas de validez pedagógica ciertamente meritorias. Tras esa esclarecedora y fundamental primera parte -engrosada, como anotábamos, por el segundo capítulo del libro (puedes, desde aquí, acceder al índice del volumen)- el autor se entretiene, de modo organizado, en caracterizar cuáles fueron las figuras sociales receptoras y promotoras de inscripciones conforme al orden que citamos más arriba. Así, respecto de la figura imperial, a partir del análisis de las más de 500 inscripciones que, en las Hispaniae, tienen al emperador como protagonista, Á. A. Jordán refrenda su visión de cómo la eclosión augústea y julio-claudio que llevó a los Principes a acaparar el espacio público (p. 67) experimentó a partir de época flavia -excepción hecha del paréntesis de Antonino Pío- una retracción bastante notable (pp. 80 y ss.) que, tal vez, resulte sorprendente al lector menos avezado en el uso y significado de la documentación epigráfica. En relación a los tituli promovidos o protagonizados por gentes pertenecientes a los primi ordines -senadores y caballeros- tal vez la percepción (pp. 135-145) de que solían emplear el medio epigráfico sin aludir expresamente a su pertenencia a dicha clase social resulte una de las luces más claras que el trabajo aporta de igual modo que respecto de la caracterización que se hace del uso del medio epigráfico por la elite local se subraye su frecuente contribución a la monumentalidad cívica (p. 215), su afán por demostrar lealtad al Princeps (pp. 195-201) y su gran afición a la recepción de honras públicas (pp. 205-2011).

En definitiva, a través de algo más de trescientas páginas aderezadas, además, con unos bien trabajados -y utilísimos- índices onomásticos y topográficos (pp. 291-398) y una bibliografía (pp. 269-290) que, desde luego, es útil para ponerse al día sobre Epigrafía Latina en general y Epigrafía Hispánica en particular, Ángel A. Jordán traza, en este libro, un adecuado panorama de cuál fue la evolución del hábito epigráfico en las provincias hispanas entre Augusto y los comienzos de la Antigüedad Tardía caracterizando de modo absolutamente brillante ese proceso y aportando, además, pruebas concluyentes de que, en adelante, en el estudio de conjuntos epigráficos cerrados, será necesario atender a la interrelación de los "elementos conceptuales, culturales y sociales" que intervinieron en el diseño de la cultura epigráfica romana, en su formación, su consolidación y su ulterior transformación en el ocaso del Principado. Sólo de ese modo -y este volumen arroja luces más que suficientes para hacer ese recorrido investigador posible- los historiadores seremos capaces de obtener una adecuada imagen de ese procedimiento y, sobre todo, de entender mejor, de obtener una "interpretación más veraz" (p. 267) de cada inscripción. La tarea por hacer resulta apasionante y este volumen nos da las pautas para entender mejor parte de nuestro legado documental más elocuente sobre la Antigüedad, las inscripciones, unos monumenta que, como dice una conocida inscripción romana (CIL VI, 1783), constituyen, para los historiadores, el único indicio para conocer las uirtutes de muchos de los casi-anónimos protagonistas de la Historia de Roma. El modo cómo las emplearon para homenajer al emperador de turno, rendir culto a la divinidad o exaltar sus cualidades o las de sus familiares nos resulta ahora mejor conocido gracias al hercúleo esfuerzo que se percibe detrás de este número 41 de las monografías de Signifer. ¡Un libro, sin duda, de referencia, los estudios epigráficos están, nuevamente, de enhorabuena!


TESTIS TEMPORVM (M. A. N.)

















[Sobre estas líneas, segunda parte del primer corredor de la Sala dedicada a Hispania Romana en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y patio central con la mayor parte de la colección epigráfica y escultórica de dicha sección. Si quieres conocer, en un rápido pero ilustrativo vistazo, el aspecto de la nueva exposición permanente del Museo Arqueológico Nacional, debes ver este vídeo, compuesto por Antonio Malalana Ureña, del blog DOC Malalana y profesor de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, ciertamente envidiable]

En el mes en que se escribe este post, se ha inaugurado el nuevo Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Fundado por Isabel II en 1867 es, con diferencia, la institución clave para entender la Arqueología Española y, por tanto, una visita obligada para cualquier lector de Oppida Imperii Romani, para cualquier amante del mundo clásico. Y más desde el pasado 1 de Abril, en que se ha inaugurado la reforma que lo ha mantenido cerrado al público durante estos últimos seis años (pincha aquí para conocer, con audios y vídeos complementarios, los detalles de la reforma y los nuevos retos a los que, en adelante, se enfrenta el centro) y, especialmente, además, durante estas próximas semanas en que dicha institución estará "de puertas abiertas" permanentes -durante prácticamente todo el mes en curso- para recibir, gratuitamente, a todo el que quiera acercarse a conocerlo.

Quien escribe estas líneas no es, ni mucho menos, un experto en museografía ni en gestión del patrimonio -aunque hayamos puesto en marcha algún proyecto ciertamente innovador al respecto (pincha aquí) y tengamos nuestra propia concepción, nuestro propio "modelo" de lo que debe ser el trabajo de gestión del patrimonio arqueológico (pincha aquí)- pero nos parecía que un espacio como éste tenía, de algún modo, que recomendar visitar este espacio dado su tremendo carácter formativo en el marco, además, de su reciente reapertura. De momento, y como "aperitivo" de otras razones más científicas y, quizás, algo eruditas -la mayoría relacionadas con la presencia de la Epigrafía Latina en el Museo Arqueológico Nacional- van aquí algunas razones intrínsecas al propio Museo y que pueden aducirse como razones (marcadas en rojo, unas y otras) para visitarlo cuanto antes, válidas -esperamos- para profanos pero también para versados en el mundo antiguo:

[1] Lógicamente -y casi por sentido común- acercarse al Museo Arqueológico Nacional, al llamado ya "neomuseo", es un auténtico must para el estudioso y aficionado al mundo antiguo y también para el interesado en la Arqueología, una disciplina que, además, se reivindica a sí misma en el vestíbulo de entrada a las salas de exposición con una entretenidísima -¡para pasarse horas!- proyección de vídeos (¡uno de ellos sobre Los Bañales, éste, emitido por Aragón TV hace ya varios veranos!) y de imágenes que repasan desde grandes personajes de la investigación en Prehistoria y Arqueología a paradigmas revolucionarios en su tiempo y que crearon escuela familiarizando de ese modo al profano, también, con conceptos clave para entender una ciencia, la arqueológica, en completa renovación (el título de la sala "La Arqueología, una ciencia para conocernos" es, desde luego, totalmente programático: pocos modos hay de definir mejor a esta rama del saber). Y la primera razón que convierte en obligatoria la visita al Museo Arqueológico Nacional -quizás la de mayor peso, sin duda- es nítida para todos: el prestigio de la propia institución, y, esencialmente, su carácter de "símbolo" y de "sumario" de la Arqueología Peninsular. Pasear por sus salas es, en definitiva, recorrer la Historia -y la Prehistoria, claro está- de la Península Ibérica a través de los restos de la cultura material con que aquélla ha sido -y es, pues la interpretación de muchos sigue estando abierta tras tantos años desde su descubrimiento- escrita, es, en definitiva, "tocar" las fuentes con que se escribe la Historia de nuestro país.

[2] Para Museografía, evidentemente, hay gustos pero está claro que la tendencia actual -en la era de la imagen y de la sociedad de la información- debe transformar los museos -y así se está haciendo, de hecho- de lo que fueron cuando se crearon como institución -casi cenáculos a modo de almacén y exhibición más o menos organizada de objetos antiguos, muchas veces cuántos más y más espectaculares mejor, no sin cierto aire "anticuarista" (nótese la semántica que, al respecto, existe todavía en muchas lenguas europeas: Cabinet des Antiquités, Antikensammlung...)- a lo que deben ser: espacios de "socialización" de la ciencia y de la investigación, de reencuentro del hombre del presente con las formas de vida de las sociedades del pasado y, por tanto, de revisión de su propia identidad cultural. Es por eso que -para quienes conocimos la versión antigua de este singular Museo- resulta reseñable anotar la decidida apuesta pedagógica y por la interactividad que ha hecho el Museo Arqueológico Nacional en esta nueva fase de su historia, entrado ya el siglo XXI. Esta apuesta es especialmente nítida, por ejemplo, en las salas de Prehistoria en las que algunas piezas -como, por ejemplo, los ilustres enterramientos de El Argar- han sido presentadas no en una fría vitrina sino en el marco de recreaciones muy trabajadas que reproducen los ámbitos domésticos en que deben entenderse, y contextualizarse, estos enterramientos. En ese sentido todo el innovador grafismo de los paneles explicativos del Museo -especialmente de los que aparecen ambientando algunas, todo el vitrinas y de modo muy especial en las salas de Prehistoria- amén de la decidida apuesta por los vídeos y por la "tangibilidad" de los materiales -pensada, es cierto, para los invidentes, pero, en cualquier caso, aprovechable y deliciosa para cualquiera- constituyen aciertos evidentes que consiguen el propósito de implicar al visitante más curioso y, también, de llamar la atención del más desinteresado facilitando, al tiempo, la inteligibilidad de las sociedades del pasado, algo que, en esencia, debe presidir la labor de todo arqueólogo y de todo historiador de la Antigüedad.

[3] En último lugar, a nuestro juicio, hay un tercer acierto que no debe considerarse menor en el marco de la reforma acometida aunque podrá resultar algo más opinable que los otros dos: el carácter, generalmente diáfano, de la exposición. Efectivamente, las salas del Museo Arqueológico Nacional -especialmente con el aprovechamiento de los patios centrales- están lo suficientemente completas como para -excepto en las de Egipto, por ejemplo, demasiado abigarradas a nuestro juicio- no resultar recargadas y son lo suficientemente amplias como para favorecer el movimiento de los visitantes. A ese respecto, por ejemplo, el patio central de las salas de Roma -con la espectacular colección de retratística y de escultura que fija la atención del visitante y que constituye uno de los puntos de máximo interés de la colección- ofrece unas condiciones de luz absolutamente extraordinarias que -todo hay que decirlo- también deberían disfrutar, a nuestro juicio, algunas de las estancias que circundan ese espacio y en las que se exhiben, fundamentalmente, algunas colecciones epigráficas de carácter temático -fundamentalmente la epigrafía sobre bronce y la funeraria, reservándose la de carácter público, bien de obras públicas, bien votiva, para el espacio central- y objetos de cerámica, bronce y vidrio de los ajuares domésticos.

Pero, al margen de estas razones, como epigrafista -o, al menos, como asiduo investigador sobre fuentes epigráficas- que soy, sin embargo, creo que la mirada de Oppida Imperii Romani al Museo Arqueológico Nacional debe hacerse desde esa óptica y aunque, efectivamente, hay muchos otros atractivos arqueológicos en la exposición permanente del Museo (esta selección que hizo en estos días el digital 20 Minutos, puede ser una guía válida de algunas recomendaciones además de las que incluye la sección de catálogo de la remodelada web del propio MAN), creo que las inscripciones que aquél exhibe se encuentran, sin duda, entre los atractivos que justifican la atención de quien se acerque a Madrid a visitarlo, entre otras cosas porque, además, muy pronto -y este post sirve también como pretexto para anunciarlo con gozo- gran parte de ese material epigráfico del Museo Arqueológico Nacional estará disponible online gracias al trabajo de nuestro colega -y amigo- Manuel Ramírez Sánchez, autor del blog E-Pigraphia, y que últimamente, gracias a la FECYT, anda embarcado en un proyecto de digitalización de un buen repertorio de inscripciones latinas del MAN cuyo resultado, además, se volcará, para uso educativo, en red, a través del proyecto Epigraphia 3D cuya web debes visitar y añadir, desde ya, a tus favoritos. Para "acompañarte" en esa visita o facilitar que puedas prepararla hemos creado, en la aun joven galería de Oppida Imperii Romani en Flickr, el álbum, "La Epigrafía Latina en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid". Nos parece que una paseo por las inscripciones recogidas en la Sala 16 -de ellas hemos seleccionado diez-, consagrada a la Hispania Romana, debe, pues, detenerse en, cuando menos, las siguientes singularidades que son, también -y por eso seguimos marcándolos en rojo- reclamos indudables en la exposición permanente de este espectacular espacio.

[I] Sin lugar a dudas, sólo el acercamiento que las salas del Museo Arqueológico Nacional hacen al visitante respecto de la epigrafía sobre bronce -el soporte tradicional de la documentación oficial en época romana, como se ha subrayado en algunos trabajos recientes (pincha aquí, con extensa bibliografía)- justifica un detenido paseo por su fondo de Epigrafía Latina. De hecho, apenas el visitante ingresa en la citada Sala, un amplio corredor muestra, sobre las paredes y a la altura de la vista -como, de hecho, sabemos que exigía la propia legislación municipal romana- algunas piezas emblemáticas de un conjunto que ha constituido, como tantas veces se ha escrito, la verdadera "fuente del Derecho", y de un repertorio en el que, además, la aportación de la documentación hispana ha resultado fundamental (creemos que esa aportación se valora muy bien en un capítulo de nuestro Fundamentos de Epigrafía Latina pero, también, en un monográfico, poco conocido de la revista Mainake, 23, 2001). Así, el visitante que se acerque al MAN puede contemplar, entre otros, y casi sobre la misma pared, varias tablas de la lex Vrsonensis (CIL II2/5, 1022 y AE 2006, 645 -con foto en el álbum de Flickr: aquí-), la lex Salpensana (CIL II, 1963), el famoso decreto de Italica (CIL II, 6278) sobre los juegos gladiatorios -muy de actualidad en tanto que documenta la "contención del gasto" en este tipo de espectáculos-, y, en varias vitrinas, los extraordinarios documentos relacionados con las instituciones romanas del hospitium y del patronatus o con los iusiuranda o juramentos cívicos procedentes de Conobaria (CILA 2, 990), Clunia (CIL II, 5792) o Lacilbula (CIL II, 1343), entre otros (para un repaso a algunas de las piezas que, de esta categoría, conservamos en las Hispanias, puedes ver este enlace de Hispania Epigraphica OnLine al criterio de búsqueda "Law/legal text"; para un tradicional trabajo sobre las dos primeras instituciones, pincha aquí y accede, a través de Academia.edu, a la reciente propuesta de BELTRÁN LLORIS, F. y de PINA, F.: "Clientela y patronos en Hispania", en Actes 1er Congrés Internacional d'Arqueologia i Món Antic. Govern i Societat a la Hispània Romana. Novetats Epigraphiques. Homenatge a Géza Alföldy, Tarragona, 2013, pp. 51-62, un libro, por cierto, recomendabilísimo).

[II] Un altísimo porcentaje -casi por encima del 90%- del registro epigráfico que conservamos de las sociedades clásicas es el funerario. Las inscripciones funerarias, los tituli sepulcrales, bien analizados, ofrecen abundante información sobre aspectos demográficos, cliométricos, ideológicos, espirituales, onomásticos, económicos o sociales, de la sociedad romana. Y, precisamente, el repertorio de inscripciones funerarias que se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional supone un buen "muestrario" en este sentido a propósito, además, de las provincias hispanas -cierto que las ciudades que están representadas son unas pocas con un alto protagonismo de Augusta Emerita-. Colocadas, la mayor parte de ellas, en la trasera del gran patio que alberga la mayor parte de la estatuaria y la epigrafía de la colección -y del que ofrecemos una foto coronando este post- el repertorio de epitafios latinos exhibidos en el Museo incluye desde hitos de delimitación -de indicatio pedaturae (sobre el tema resulta utilísimo el trabajo de D. Vaquerizo y S. Sánchez en Archivo Español de Arqueología, 81, 2008, 101-131)- del tamaño de los sepulcros, como CIL II, 5919 de Salaria (con foto aquí), hasta un amplio muestrario de los distintos tipos de soporte de las inscripciones funerarias: altares como CIL II, 496 de Augusta Emerita (con foto aquí), sencillas estelas como CIL II2/5, 669 de Iliberris u otras, de sabor más vernáculo y con retrato funerario como EE VIII-2, 155 de Lara de los Infantes (con foto aquí), la cupa ILMadrid 21 procedente de Complutum, la sensacional placa en mármol con retrato funerario EE VIII-2, 30, de Augusta Emerita (con foto aquí) y, en la última sala sobre mundo romano, hermosos epitafios cristianos como CIL II2/5, 334 de Igabrum (con foto aquí) o ILCV 1409 de Augusta Emerita, o la lauda sepulcral de Vrsinus, sobre mosaico, procedente de Gracchurris (ERRioja 2).

[III] Pero, lógicamente, la documentación epigráfica latina, la cultura epigráfica de los romanos no se acabó con las inscripciones funerarias o con los decretos oficiales y, por eso, el Museo Arqueológico Nacional, constituye una buena plataforma desde la que, a partir de su colección epigráfica, de su "lapidario", familiarizarse con otros tipos de inscripciones igualmente característicos del hábito epigráfico romano. Un primer conjunto, en este sentido, lo constituirían las inscripciones votivas, la mayor parte de ellas presentadas -como se dijo más arriba- en el patio central, justo frente a la colección de retratística. En nuestro álbum anejo en Flickr hemos seleccionado dos (AE 1899, 108 de Augusta Emerita y CIL II, 3410 de Carthago Noua, con fotos aquí y aquí respectivamente) pero la colección incluye otras, hermosísimas que, además, han generado notable bibliografía al respecto, especialmente, relacionada con las actividades del culto imperial. Nos referimos, por ejemplo, al hermoso altar dedicado a la Venus Victrix por el médico L. Cordius Symphorus (CIL II, 2470 de Augusta Emerita) -sobre este colectivo médico en época romana puedes consultar este trabajo de Mª Á. Alonso en Veleia, 28, 2011, 83-107- y, en especial, colocado frente a él, al pedestal de un pequeño busto dorado -hoy perdido- del emperador Tito promovido por la prouincia Lusitania (CIL II, 5264) y al que quien escribe estas líneas tiene un especial cariño por razones que se descubren echando un vistazo a nuestro historial académico. Esas piezas, pese a su carácter votivo, comparten con las que les rodean una cierta dimensión pública en tanto que tuvieron que ver con ceremonias abiertas de carácter cultual. Por eso, en dicho contexto encaja extraordinariamente bien una impresionante inscripción -con foto en nuestro álbum de Flickr, aquí- alusiva al acto munificente edilicio de un notable de Carthago Noua, L. Aemilius Rectus (CIL II, 3423) (para la cuestión del evergetismo y de cómo los notables locales sostenían el desarrollo económico y urbanístico de las ciudades para las que trabajaban, véase la ingente producción, al respecto, de E. Melchor Gil). Pero, quizás, entre todas las inscripciones que pueden verse en el MAN, hay dos con un sabor especial, de esas que cuando uno culmina la visita al Museo, le producen la sensación de haber visto casi dos unica en el mundo romano, nos referimos a los mosaicos con textos relativos a la escena que representan que se pueden ver en el ala derecha del gran patio y sobre los que nos hemos detenido en nuestro álbum (pincha aquí) y, en particular, a la conmovedora carta que, en el contexto de los materiales relacionados con las explotaciones fundiarias romanas -entre los que se encuentran algunos de los más hermosos mosaicos hispanorromanos- se deja ver al final de la Sala que ha centrado nuestra atención: (AE 1899, 107 de Villafranca de los Barros, con foto aquí).

En definitiva, hay muchas maneras de acercarse al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Aquí, hemos querido aportar tres razones desde la óptica museográfica (véase [1], [2] y [3] más arriba) y un bloque de otras tres (ver [I], [II] y [III]) desde la óptica epigráfica. Confiamos en que el post resulte útil para aproximarse a un auténtico testis temporum que, además, está tan directamente relacionado con nuestra Historia y, por tanto, también, con nuestro presente. Inexcusable.

VIATOR ANTIQVITATIS


Cubierta de DEL REY SCHNITZLER, Guía Arqueológica de la Península Ibérica. España. De las colonizaciones a la caída del Imperio Romano de Occidente, Madrid, 2013, 624 pp., ISSN: 978-84-941973-0-7 (si estás interesado en adquirirla, puedes hacerlo desde aquí)

Hace algunos meses, incorporamos a este blog una sección de recursos sobre Antigüedad -a la que colocamos la etiqueta de Instrumenta- y, más tarde, otra que, íntimamente relacionada con aquélla, daba cabida a publicaciones disponibles en red que considerábamos recomendables para el interesado en el mundo clásico y, en particular, en la Arqueología, la Epigrafía y la Historia Antigua de Roma. A ese segundo repertorio lo denominamos Digitalia Scripta. Sin embargo, en los últimos meses nos hemos dado cuenta que un blog académico como éste no puede resistirse a ofrecer, también, reseñas, revisiones y noticias de publicaciones que, aunque no estén en red, consideremos de interés (ya algo hemos hecho recientemente, por ejemplo, a propósito de algunos trabajos nuestros como Entre Vascones y Romanos: sobre las tierras de Navarra en la Antigüedad [Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 21, 2013] [Pamplona, 2013] como en su día hicimos con varios trabajos propios como Fundamentos de Epigrafía Latina [Madrid, 2009] o Los Vascones de las fuentes antiguas [Barcelona, 2009], entre otros). Por eso, con este nuevo post -primero del mes de Abril- inauguramos una nueva etiqueta, una nueva sección, para Oppida Imperii Romani. La llamaremos Volumina, que era el nombre que los romanos daban a los "libros" que es lo que, esencialmente, presentaremos aquí.

Y, como no podía ser de otro modo, comenzamos la sección -aunque hemos añadido la etiqueta correspondiente a algunos de los posts citados más arriba- a propósito de una publicación que ha visto la luz prácticamente en este recién estrenado 2014 (aunque lleva fecha de 2013) -que pronto presentaremos en la UNED de Tudela (pincha aquí)- y que, sin duda, resume perfectamente la filosofía esencial de este blog: ofrecer información y recursos sobre yacimientos arqueológicos urbanos de época romana (volvemos a traer aquí el post "inaugural" de Oppida Imperii Romani en el que hace ya ¡siete años! glosábamos la filosofía genuina de este espacio). Se trata de la Guía Arqueológica de la Península Ibérica: España. De las colonizaciones a la caída del Imperio Romano de Occidente, un original -y más que necesario- trabajo que, con más de 600 páginas- ha acometido alguien -Luis del Rey Schnitzler- que, aunque, efectivamente, es amateur en materia arqueológica, tiene una notable formación en cuestiones de gestión turística, empresarial y de patrimonio cultural que, sin duda, aportan una notable savia nueva a los estudios sobre Antigüedad. No se trata, por tanto, de una publicación especializada -y no debe juzgarse como tal, sin duda- sin embargo, el lector versado en la Antigüedad Peninsular se sorprenderá gratamente por la solvencia con la que son tratadas cuestiones complejas como la etnicidad de las provincias de la Comunidad Autónoma Vasca y de la Comunidad Foral de Navarra (pp. 464-488) o el trabajo minero romano sobre las explotaciones auríferas (pp. 386-400) -por citar dos en las que mucho se ha avanzado en los últimos años- y, sobre todo, por la notable actualización con la que son presentados enclaves arqueológicos del interés y la complejidad de -por citar sólo romanos, aunque una de las virtudes de la guía es que incluye otros que van desde el mundo fenicio hasta la tardoantigüedad- Augusta Emerita (pp. 321-335), Barcino (pp. 49-70), Gades (pp. 264-277) o Munigua (pp. 292 y 307). A nuestro juicio, ambos elementos constituyen dos extraordinarios avales de este volumen junto con el hecho de que -como el autor hace constar al final del mismo (pp. 595-597)- el trabajo ha implicado -como consejeros y revisores- a los responsables de muchos de los yacimientos arqueológicos que se tratan, la práctica totalidad de los cuales ha sido, además, visitado por el propio L. Del Rey algo que se convierte en otro indiscutible activo de esta publicación que, desde luego, debe formar parte de la biblioteca todos los uiatores -como los llamábamos en 2008 cuando abrimos este blog- interesados en posicionarse frente a la Historia a través del placer que supone recorrer un yacimiento arqueológico, espacios -y compartimos la definición que el autor da de ellos en la contraportada- "repletos de historia y de sensaciones". Con unas fotografías fabulosas y siempre sugerentes, el autor ha hecho un gran esfuerzo por adaptar la información al gran público ofreciendo, por ejemplo, un útil glosario en las páginas finales (pp. 601-6011) y un índice toponímico utilísimo (pp. 613-620) en el que el lector puede hacerse cargo de los enclaves que son atendidos en las páginas del trabajo y que te ofrecemos en enlace -como muestra- más abajo. Además, ya sólo eso y el esfuerzo que el autor -a través de la página que gestiona, sobre su libro, en la red social Facebook (pincha aquí)- hace por convertir el patrimonio arqueológico en recurso turístico y por dinamizarlo -ahora, también, con un proyecto semejante sobre los restos arqueológicos de Portugal (pincha aquí)- hacen que esta Guía Arqueológica de la Península Ibérica no deba faltar en la biblioteca de los amantes del mundo antiguo y, en particular, del patrimonio arqueológico.

La estructura de la guía es muy sencilla pero, a la vez, profundamente meditada y claramente funcional, esencialmente útil. El autor presenta -para cada yacimiento- todo el material que el viajero que quiera conocerlo puede necesitar para preparar su visita y para ejecutarla y lo hace, además, tratando de conseguir que cada enclave sirva de arranque o de eje para rutas arqueológicas de más calado que le pongan en contacto con la zona y, en particular, con su patrimonio arqueológico (puedes ver una demo de la p. 104 desde aquí, relativa, precisamente a Los Bañales). Las fichas -exhaustivamente trabajadas- ofrecen informaciones como la ubicación en coordenadas GPS de los puntos de interés, las características básicas del enclave y los lugares de contacto -con teléfonos o sites de internet- a los que acudir para solicitar más información y, además, una breve descripción -que incorpora la filiación cultural del lugar- acompañada de una muy bien seleccionada bibliografía. Una serie de signos que jalonan las fichas permiten al visitante conocer las dificultades de la ruta propuesta, qué recomendaciones resultan de interés para preparar y acometer la visita, qué material se puede o debe llevar al yacimiento, en definitiva, un caudal informativo básico para quien quiera planificar una visita con aprovechamiento. Además, como comentábamos más arriba, Luis Del Rey ha tratado de agrupar en rutas los enclaves presentados, rutas que, casi todas, tienen su justificación cultural en los tiempos antiguos: las tierras vacceas (pp. 527-537), los Vascones (pp. 477-488), Astures Transmontanos y Romanos (pp. 438-450), la Edetania (pp. 140-155)..., sin descuidar, en cualquier caso, otras que son presentadas en atención a rutas naturales y paisajísticas que, al margen de su interés histórico, lo tienen también a nivel natural, como el Prepirineo Central (pp. 94-104) o la Sierra y Campiña Hispalenses (pp. 291-308). Echa, si no, un vistazo al índice -accesible desde aquí- para hacerte cargo del número de esas rutas y, también, verificar hasta qué punto -también puedes verlo a través de este otro documento, correspondiente al Índice toponímico (pincha aquí)- es completa esta Guía Arqueológica de la Península Ibérica.

Es cierto que los más puristas considerarán -andamos sobrados de envidias en el gremio universitario en general y en el de la Antigüedad en particular- que este trabajo supone un "intrusismo" de alguien ajeno al mundo de la Arqueología en el trabajo sobre el patrimonio arqueológico y que, en algunas descripciones, carece de rigor o peca de simplificador. Allá ellos. No nos parece que sea así como debe juzgarse este trabajo. La Guía Arqueológica de la Península Ibérica es, esencialmente, un volumen de guía para el "arqueoturismo" pero nos parece que a quienes trabajamos en la docencia universitaria, también nos viene muy bien y, por tanto, resulta muy útil también para nuestros estudiantes pues les invita a conocer los rasgos básicos de las fuentes arqueológicas con que construimos la historia de nuestro pasado. Desde luego, faltaba en nuestro país -casi desde el CEÁN BERMÚDEZ, J. A.: Sumario de las Antigüedades Romanas que hay en España, Madrid, 1832, por cierto, ya online, o desde los "guiños" peninsulares del trabajo de GARCÍA Y BELLIDO, A.: Arte Romano, Madrid, 1955- un trabajo como éste, que -como "pequeña inmersión en la arqueología de la Península Ibérica"-son, de nuevo, palabras del autor- presentase -y, además, pensando en el gran público- el inmenso caudal documental que nos ofrece la Arqueología Peninsular. Desde luego, la Guía Arqueológica de la Península Ibérica no es un trabajo de investigación (existen en el mercado otras dos panorámicas aproximaciones a la Arqueología, en especial a la Clásica, peninsular como RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ, O.: Hispania Arqueológica. Panorama de la cultura material de las provincias hispanorromanas, Sevilla, 2011 -imprescindible (pincha aquí para conocer el volumen y accede a una reseña sobre la misma desde aquí, publicada en la revista SPAL, 22, 2013) o como el clásico trabajo de TRILLMICH, W.: Hispania Antiqua. Denkmäler der Römezeit, Mainz, 1993 (pincha aquí)- pero sí un compendio desde el que iniciar esa investigación, desde el que reivindicar la necesaria vuelta a los escenarios históricos y con el que, sin duda, muchos jóvenes -estudiosos o profanos- se acercarán a reencontrarse con la Historia haciendo de ese mundo del pasado "un mundo antiguo lejano, pero aun próximo, mucho más de lo que se piensa" (p. 9).

Cuando quien escribe este blog era sólo un adolescente empezó a escribir un trabajo -en aquellos ordenadores PC Amstrad 1512 con los que, tantos, nos familiarizamos con la informática- que, pretenciosamente, tituló Ruinas Romanas en España y del que, tristemente, no guardé manuscrito alguno. Recuerdo que escudriñaba entonces los libros que había a mi alcance -enciclopedias, volúmenes de colecciones generales de Historia de España, guías turísticas...- y elaboraba sencillas fichas en las que iba glosando la información que leía en aquellos trabajos y que yo mismo trataba de comprobar cuando -con las limitaciones propias de la edad (tal vez no tendría más de 15 años)- me acercaba a visitar in situ aquellos enclaves arqueológicos. Han pasado muchos años de eso, pero, tal vez por ello -y por todo lo dicho hasta aquí-, siento una sana envidia por el trabajo de Luis del Rey pues permite colocar en la estantería de nuestras librerías -y, después, en nuestras mochilas de viajes- tantos y tantos espacios con los que se ha escrito -y se escribirá- la Historia Antigua de la Península Ibérica. Altamente recomendable e imprescindible, sin duda.