INDIANA JONES Y LA ARQUEOLOGÍA



Con la revitalización de la saga de Star Wars, quien más quien menos ha rememorado en estas últimas fechas -al hilo también de la exposición Indiana Jones y la aventura de la Arqueología, auspiciada por National Geographic- la saga cinematográfica del más famoso -o al menos el más mediático- "arqueólogo" de todos los tiempos (pincha aquí, con todos los datos sobre el personaje y su presencia en la cultura popular contemporánea).

La cuestión de Indiana Jones como arqueólogo y la de la contribución de sus películas a la construcción de una singular imagen social del arqueólogo y de la Arqueología ha interesado, de hecho, a varios blogueros especializados en materia arqueológica que han resuelto el tema de un modo magistral. Así, Katia Silveira ha afirmado que "los arqueólogos odian a Indiana Jones" (pincha aquí) señalando por qué Indiana no debe ser considerado, bajo ningún concepto, un arqueólogo; MagnificoElMulo ha subrayado que urgía deconstruir el mito de Indiana Jones y lo ha hecho en un extraordinario post sobre los problemas de la Arqueología Profesional en la actualidad (pincha aquí) -no os perdáis el interesante debate surgido en los comentarios a esa entrada, muy aprovechable-; y, por su parte, Adrián Carretón, en Arqueoblog, ha llevado a cabo una detallada disección de las diferencias entre la "Arqueología Real" -como él la llama- y la que practica este singular "arqueólogo" de Hollywood (pincha aquí). El asunto ha saltado, incluso, a las publicaciones científicas (CARVAJAL, Á., et alii: "El síndrome de Indiana Jones. La imagen social del arqueólogo", Estrat Critic, 5-3, 2011, pp. 38-49, esp. pp. 44-46) y ha servido para dar título a libros que han analizado de forma detenida y muy sagaz el futuro de la ciencia arqueológica y de la profesión de arqueólogo (RODRÍGUEZ TEMIÑO, I.: Indianas Jones sin futuro. La lucha contra el expolio del patrimonio arqueológico, Madrid, 2012).

Aunque existe cierto consenso en que, con los criterios actuales, ciertamente Indiana Jones no es un arqueólogo también suele subrayarse que ha contribuido a acercar la Arqueología -desde una óptica muy peculiar, sin duda- a la sociedad (lee aquí la reivindicación del papel de Indiana Jones en la Arqueología contemporánea que hace National Geographic, en ingles) y ha tenido, acaso, que ver, en el origen del interés por la disciplina arqueológica de muchos jóvenes en el despertar de sus inquietudes profesionales y universitarias. De hecho, la saga de Indiana Jones suele aparecer en el ranking de "las mejores películas sobre Arqueología" junto a otras sagas -que merecerían, también, comentario aparte- como Lara Croft (1999-2008) o La Momia (2001-2008) entre algunas otras (pincha aquí). 

No es la primera vez que en las series Instrumenta o Disputationes de Oppida Imperii Romani nos detenemos en el valor de determinadas producciones audiovisuales como herramienta pedagógica en el sentido más completo del término. Aunque, efectivamente, Indiana Jones -por las razones que, como se ha visto más arriba, otros colegas blogueros han aducido con mucha más solvencia de cómo nosotros podamos hacerlo en las líneas que siguen- no es, stricto sensu, un arqueólogo, sí nos parece que de varias escenas de sus películas -en particular de Indiana Jones, en busca del arca perdida (1981) y de Indiana Jones y la última cruzada (1989)- pueden servir para reflexionar sobre algunos elementos clave de la práctica arqueológica reflexión que, no se oculta, nace de varios años de experiencia en la gestión y dirección científica del proyecto arqueológico de Los Bañales y de mi práctica docente en "Arqueología Clásica" en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra donde, desde hace un par de años, funciona también un dinámico Club de Arqueología.

[I] Escena de Indiana Jones, en busca del arca perdida: aspectos contextuales y legales de la Arqueología: Arqueología, fuentes orales, deontología profesional

Esta conocida escena, apenas en los quince primeros minutos de la primera entrega de la saga, nos presenta a Indiana Jones enseñando a sus estudiantes del Marshall College, aparentemente, Etruscología. Habla de una tumba etrusca procedente de Tarquinia -cuya planta dibuja detalladamente- y ello le permite introducir algunas reflexiones sobre el modo concreto -que reduce a una cuestión de legalidad o no- de excavar -"retirar", dice él- los depósitos cerrados de este tipo de enterramientos (nótese que, como se ha subrayado habitualmente en los comentarios sobre la "Arqueología" de Indiana Jones, este personaje incide más en el objeto que en su contexto, que prácticamente obvia aunque, en esta "clase", le conceda, como veremos, cierta importancia). Al terminar la sesión, el profesor cita como bibliografía complementaria a un tal Michaelson acaso un antropólogo americano (Scott Michaelson, pincha aquí) o más probablemente un personaje inventado creado para la ficción cinematográfica (pincha aquí). Sus palabras, en algunos pasajes de esta secuencia, nos parece que no tienen desperdicio. 

Para empezar vemos al Prof. Jones caracterizando la cultura material objeto de estudio a partir de una perspectiva claramente tipológica. Su descripción -visual y verbal- del túmulo etrusco es exacta y pormenorizada, nada genérica: "está formado por un corredor central y tres cámaras o cellas funerarias". Obviamente, la Arqueología no es sólo tipología pero también es tipología. Podría decirse que es, esencialmente, tipología aunque entendiendo ésta sólo como un primer paso, como una primera herramienta. De hecho es inconcebible el avance en materia arqueológica -y en particular en Arqueología Clásica- si no somos capaces de conocer a fondo la evolución tipológica de los objetos que forman parte de las sociedades del pasado o, al menos, de aquélla sociedad con la que estemos, en cada caso, trabajando. La Arqueología es, de hecho, "la historia material de las sociedades del pasado" como la ha definido con acierto S. Gutiérrez Lloret (GUTIÉRREZ LLORET, S.: Arqueología. Introducción a la historia material de las sociedades del pasado, Valencia, 1997, un título recomendabilísimo) y esa "historia material" es imposible de ser comprendida sino es a partir de la categorización -por tanto ordenada- de los objetos con que la "escribimos". Así, sólo la consideración de los objetos en parte como únicos pero, en parte, a su vez, como manifestaciones de patrones concretos de distribución y de datación (CONTRERAS, F.: "Clasificación y tipología en Arqueología: el camino hacia la cuantificación", Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, 9, 1984, pp. 327-385, esp. pp. 328-329) hace posible que la Arqueología avance en su caracterización de las sociedades antiguas. Cualquier estudiante de Arqueología, cualquier profesional de la Arqueología, tarde o temprano, habrá de enfrentarse con la clasificación y la ordenación del material recuperado y, con él, con la adecuada interpretación del registro arqueológico. Pero, hay más. 

Volvamos a la escena. Aparentemente transcurrido un tiempo de la clase, el Prof. Jones termina la explicación sobre el túmulo de Tarquinia diciendo "(...) la cámara 3 quedó sin tocar y esta cámara y los artículos fúnebres encontrados en otra en la zona dieron razón para fechar este hallazgo como hemos hecho". Además de que en esa afirmación se subraya la importancia de la preservación del registro arqueológico y de su uso como herramienta de datación, de nuevo Indiana vuelve a subrayar la importancia de la cultura material, de los objetos -"artículos fúnebres", en la versión castellana de la película- en relación con el gran objetivo de la Arqueología: la datación, la composición de un discurso histórico algo que, tristemente, se obvia cada vez más en el gremio arqueológico en aras de una simple descripción material que no termina de trascender de los objetos en sí mismos y que poco o nada aporta a la investigación. Tan terrible es la conversión del objeto en el fin último de la investigación arqueológica -como sucedía en las prácticas anticuaristas y como el propio Indiana hace en sus películas (el arca, el grial...)- como el no ser capaces de trascender de la descripción a la auténtica interpretación histórica. La Arqueología es Historia (ya lo afirmamos vehementemente hace tiempo en otro post: pincha aquí) y, de ese modo, la Arqueología Clásica es Historia de la Antigüedad Clásica por más que el desencuentro -a veces personal, otras institucional, muchas veces de ambos tipos- entre colegas de ambas disciplinas haya marcado -tristemente- tendencia en la Universidad española (para un diagnóstico, desde la perspectiva de la América prehispana pero válido en cualquier caso, puede verse LANGEBAEK, C. H.: "Historia y Arqueología: encuentros y desencuentros", Historia Crítica, 27, 2005, s. pp.; de nuevo, CARVAJAL, Á. y DE SOTO, Mª R.: "Arqueología e Historia: propuesta para una reflexión conjunta", El Futuro del Pasado, 1, 2010, pp. 21-35; y, especialmente, SAUER, E. (ed.): Archaeology and Ancient History. Breaking down the boundaries, Londres, 2004, esp. pp. 17-47 y 99-114. Para los menos versados, podrá ser útil la lectura de este post de Arqueoblog: pincha aquí). 

Indiana realiza, pues, la datación de esta tumba a través de dos instrumentos: la cultura material y la tipología y, por tanto, a través de esta última, incide en la necesidad de documentar "paralelos" para esa adecuada integración de los objetos estudiados en su contexto histórico y cultural. Recurrir a diccionarios y repertorios, tanto para Arqueología como para otras disciplinas de la Antigüedad debe formar parte -lo veremos más abajo a propósito de la segunda escena que comentaremos- del trabajo cotidiano del arqueólogo (para una relación de éstos por áreas de conocimiento, pincha aquí). Además -lo veremos en la escena siguiente, en la que Indiana citará las excavaciones de Naucratis desarrolladas por W. M. Flinders Petrie en el siglo XIX- conocer de qué modo -siempre en sentido acumulativo- la investigación arqueológica ha ido, a través de la Historia, obteniendo nueva información sobre las culturas del pasado resultará, también, algo fundamental. Un buen arqueólogo ha de ser -si no en tiempo real sí con el estudio y la dedicación- un buen "fichero" que guarde en su cabeza paralelos que puedan ayudar en la labor de contextualización a la que estamos haciendo referencia. 

"La Arqueología busca el hecho, no la verdad", sentenciará Jones en la escena que comentaremos a continuación. Para concluir esta primera reflexión, el "hecho" sería la evidencia, el dato concreto, el dato arqueológico que constituye la huella de una actividad humana en el pasado y que -habría quizás que rectificar aquí esa afirmación- permite obtener un tipo singular de "verdad", la histórica, siempre en construcción y más en Ciencias de la Antigüedad (de nuevo convendría citar aquí el inexcusable trabajo de ALFÖLDY, G.: "La Historia Antigua y la investigación del fenómeno histórico", Gerión, 1, 1983, pp. 39-61). 

[II] Escena de Indiana Jones y la última cruzada: variantes de la práctica arqueológica, la Arqueología como investigación histórica


A nuestro juicio, la más aprovechable -y más necesaria- afirmación de Indiana Jones, en clase, en toda la saga es: "el setenta por ciento de la Arqueología se hace en la biblioteca, investigando, leyendo". Tal sentencia procede, precisamente, como habrá visto nuestro lector, de esta escena en la que Spielberg parece querer hacer un remake de la escena anterior con la que los paralelos cinematográficos son incuestionables. En esta ocasión encontramos en el aula a un Dr. Jones muy desmitificador -"olviden toda idea acerca de ciudades perdidas, viajes exóticos y agujerear el mundo"- y que si en la escena anterior concedía importancia a la "tradición local" (esas "fuentes orales" y la fijación de parte del contenido de las mismas sobre el paisaje, las toponímicas, son fundamentales en Arqueología; esto no debe olvidarse y es otra de las "enseñanzas" de la secuencia de Indiana Jones, en busca del arca perdida: RIESCO, P.: "Nombres en el paisaje: la toponimia, fuente de conocimiento y aprecio del territorio", Cuadernos Geográficos, 46, 2010, pp. 7-34; ZAFRA, N.: "Nombrar, apropiar. La Arqueología del paisaje y toponimia en la aldea de Otíñar (Jaén) (1300-2000 DNE)", Arqueología y Territorio Medieval, 11-1, 2004, pp. 23-58, esp. pp. 27-36 y, por supuesto, FERNÁNDEZ, V.: Teoría y método de la Arqueología, Madrid, 1992, pp. 49-50, otro clásico) ahora, en Indiana Jones y la última cruzada, concluye, no sin razón, en que "no podemos tomar la mitología al pie de la letra". Aunque, efectivamente, eso es cierto, convendría recordar aquí el convencimiento de Heinrich Schliemann de que tan grandes epopeyas como los poemas homéricos -léase cualquier otro acontecimiento, por cotidiano que sea, de la Antigüedad- no podrían proceder, exclusivamente, sólo, de la ficción ni haber desaparecido sin dejar registro alguno... No nos resistimos a recoger la cita textual de CERAM, C. W.: Dioses, tumbas y sabios. La novela de la Arqueología, Barcelona, 197013, otro título imprescindible:

<< El padre [de H. Schliemann] le explicaba al niño [el propio H. Schliemann] muchos cuentos y leyendas. Le contaba también, cual viejo humanista, la lucha de los héroes de Homero, de Paris y Helena, de Aquiles y de Héctor, de la fuerte Troya, incendiada y destruida (...)
- ¿Así era Troya?
El padre asentía con la cabeza
- ¿Y todo esto se ha destruido, destruido completamente? ¿Y nadie sabe dónde estaba emplazada?
- Cierto -contestaba el padre.
- No lo creo -comentaba el niño Heinrich Schliemann- ¡Cuando sea mayor, yo hallaré Troya, y encontraré el tesoro del rey!
Y el padre se reía >>

Efectivamente, de cualquier actividad humana en el pasado queda -en principio, salvo alteraciones diversas, que las hay- un vestigio en forma de dato arqueológico que, debidamente bien recuperado y contextualizado, aporta muchísima información histórica. Con ser la metodología importante, que lo es, y mucho, y siendo la técnica empleada para la documentación del registro una auténtica "piedra de toque" en materia arqueológica (con bibliografía puede verse RUIZ DEL ÁRBOL, Mª.: "La organización, articulación y tratamiento de la documentación arqueológica. El sistema de administración de la base de datos relacional 'Lusitania'", ArqueoWeb, 5, 2013, s. pp. o GARCÍA-DIEZ, M., y ZAPATA, L.: Métodos y técnicas de análisis y estudio en Arqueología Prehistórica, Vitoria, 2013 y RODÀ, I. (ed.): Ciencias, metodologías y técnicas aplicadas a la Arqueología, Barcelona, 1992) lo cierto es que la afirmación de que "el setenta por ciento de la Arqueología se hace en la biblioteca" no puede estar más a la orden del día. En primer lugar, por lo que se dijo anteriormente respecto de la necesidad de poner en contexto cualquier material arqueológico a partir de su inserción en una identidad cultural concreta y, por tanto, a partir de la localización de sus paralelos formales y, por tanto, si es posible, también cronológicos. Pero, además porque, como se dijo, la Arqueología es una Ciencia de la Antigüedad y como tal "ciencia" vuelve a ser un saber acumulativo en el que la historiografía trazada sobre un determinado problema debe ser tenida en cuenta antes, durante y después de cualquier intervención arqueológica. Y no nos referimos sólo a la "literatura gris" que sobre un determinado yacimiento -en el que uno esté trabajando- exista tanto a nivel administrativo como a nivel público sino también -y especialmente- a toda la producción bibliográfica que haya sobre un tipo determinado de material arqueológico o sobre los problemas -normalmente de naturaleza histórica- ante los que nos coloque la investigación y el estudio sobre esos materiales (este tipo de asuntos están muy bien recogidos en un manual que nos atrevemos, también, a recomendar: BURKE, H., y SMITH, C.: Manual de campo del arqueólogo, Barcelona, 2007, muy inspirador). Qué frecuente es, tristemente, en la Arqueología actual, la "miopía" de pensar que lo que en un enclave arqueológico se está documentando es algo absolutamente exclusivo del citado lugar sin conceder ni un espacio -muchas veces por pereza, siempre por negligencia culpable- a una perspectiva mucho más general que inserte los datos arqueológicos de un lugar en la dinámica histórica correspondiente y en el conocimiento, también, de otros enclaves sometidos a problemáticas semejantes y que pueden aportar coordenadas históricas e interpretativas de largo alcance. A un estudiante de Arqueología deberían sonarle, apenas iniciado en la disciplina, volúmenes como el Dictionnaire des Antiquités Grecques et Romaines Daremberg-Saglio, como la Realencyclopädie des classischen Altertumswissenschaft Pauly-Wisowa (sobre sus posibilidades y su acceso en línea ya nos detuvimos hace algunos meses en este blog: pincha aquí), como la Enciclopedia dell'Arte Antica, Classica e Orientale, o como el Lexikon Iconographicum Mytologiae Classicae (¡¡¡ya disponible como base de datos online!!!) y, entre otros muchos recursos en internet, al menos, los Fasti Archeologici Online. Sorprende, de hecho, que para muchos estudiantes jóvenes, estos títulos no signifiquen apenas nada o, incluso, obtengan sus títulos en Historia o, en el peor de los casos, en Arqueología, sin haber manejado nunca estas herramientas. Herramientas que durante generaciones han sido el primer punto de partida para la labor de documentación y de interpretación de la cultura material, fundamental, como se dijo, en Arqueología.

Urge, pues, saber compatibilizar, en materia arqueológica la Arqueología "de bota" (es decir, la tradicionalmente llamada Arqueología de campo) por la Arqueología "de bata", la de laboratorio, la de biblioteca, la que hace posible vibrar con cada hallazgo al comprobar nuestra propia capacidad de insertarlo en la cultura que lo creó y de escribir, con su análisis, parte de la Historia de nuestra cultura. Parece que hasta Indiana Jones, tantas veces denostado como modelo de "arqueólogo", nos enseña algo a este respecto...

UNA HISTORIA... "REAL"


[Sobre estas líneas: abajo reverso de denario de Caracalla -RIC 363b- con representación de la CONCORDIA AVGVSTORVM-, y arriba áureo de Honorio -RIC 8- con idéntico tipo en el reverso]

<< Este Palacio es de todos los españoles y es un símbolo de nuestra historia que está abierto a todos los ciudadanos que deseen conocer y comprender mejor nuestro pasado. En sus techos, en sus paredes, cuadros y tapices, en definitiva, en todo su patrimonio, se recogen siglos y siglos de nuestra historia común. Y esa historia, sin duda, debemos conocerla y recordarla, porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar mejor nuestros aciertos y nuestros errores; porque la historia, además, define y explica nuestra identidad a lo largo del tiempo (...) Con estas razones, y compartiendo estos sentimientos, haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos protagonistas y cuyo gran legado tenemos la responsabilidad de administrar >>

En estos términos SM Don Felipe VI, Rey de España, abría prácticamente -pues, como puede comprobarse en vídeo, más abajo, las palabras proceden de los primeros minutos del discurso- su tradicional Mensaje de Navidad del año 2015, una alocución en la que la palabra "historia" fue pronunciada en un total de quince ocasiones (pincha aquí para acceder al texto completo del mensaje, que también os dejamos más abajo, en vídeo) algo que, nos parece, no ha de ser considerado anecdótico una vez que otras palabras que la prensa (pincha aquí) destacó como esenciales y vertebrales en el contenido ideológico del mensaje -como "constitución", "unidad", "cohesión" o "convivencia"- no salieron de la boca del monarca en más de diez ocasiones.

Excepción hecha de la palabra "España" -que Felipe VI pronunció dieciséis veces- la palabra "Historia" fue -sin lugar a dudas- la absoluta protagonista del discurso navideño del 24 de Diciembre de 2015 más si tenemos en cuenta que la segunda parte del fragmento que hemos seleccionado para encabezar este post aparece también encartada como extracto en la parte correspondiente al Rey en la Sección Discursos de la web de la Casa Real. Y ese protagonismo, para un amante de la Historia -sea cuál sea su signo político y sea o no monárquico- es, desde luego, motivo de alegría, al menos, así nos ha parecido en Oppida Imperii Romani y por eso hemos optado por dejar algunas reflexiones al respecto en este singular post con el que abrimos 2016, un año en el que, ¡ojalá lo logremos!, esperamos ser capaces de mantener más vivo este espacio recuperando el ritmo que ha tenido en otros años... 

Estamos radicalmente de acuerdo con quienes, desde la escena política, señalan que estamos viviendo tiempos totalmente "históricos", también en el sentido etimológico del término "Historia", es decir, tiempos que exigen altas dosis de reflexión, de hístemi, para su adecuada comprensión "en profundidad". Al margen de que sea ese contexto la causa fundamental de esta apuesta histórica o de las que sean las razones por las que el Rey haya decidido conceder a la Historia tanto protagonismo , razones que entran ya en el plano de lo político, nos parece que la imagen que de la Historia -que, nótese, nosotros transcribimos con mayúscula- proyecta el monarca encaja bastante bien con la imagen que, tradicionalmente, Roma y Grecia tuvieron del valor político del pasado. No se olvide, de hecho, que Polibio recordaba que la Historia era la disciplina que mejor preparaba para la actividad política (Polyb, 1, 1. Para ese sentido de la Historia en Roma y para su papel educativo puede verse la reflexión que escribimos, al respecto, hace ya algunos años en ANDREU, J.: La Historia, magistra uitae. Una reivindicación de su utilidad desde la óptica de la Antigüedad Clásica, Tudela, 2006 y en un viejo post de este blog titulado "Antiqua tempora?"). Si en una democracia parlamentaria como la nuestra la política la construyen los ciudadanos parece como si Felipe VI hubiera querido recordarnos precisamente eso en un discurso de claros -imposible saber si intencionados- ecos clásicos que nos resulta atractivo comentar (el lector más interesado podrá encontrar una buena antología de textos con contenido histórico e historiográfico procedentes de la tradición grecorromana y también hebraica aquí; a la vista de las palabras del monarca y de la situación histórica que vivimos en España, la actualidad de la mayor parte de esos textos -y de algunos que se citarán a continuación- queda hoy, nos parece, fuera de toda duda).

Fijemonos en algunos detalles -a modo de grandes temas- que, como historiadores, nos parecen especialmente interesantes de entre las palabras de Felipe VI con las que encabezábamos este post:

[1] El patrimonio como herencia colectiva y como Historia, también material, y viva, de los pueblos. Uno de los puntos más atractivos del discurso que aquí comentamos -también por nuestra dedicación arqueológica en Los Bañales- es el de la presentación de los elementos materiales y patrimoniales -simbolizados en el Palacio Real- como un legado para la posteridad. Ya desde la más antigua tradición historiográfica, Heródoto de Halicarnaso justificaba su atención a las hazañas del pasado que conformaban las Guerras Médicas sencillamente entendiendo que éstas no podían quedar sin el debido realce para el futuro (Hdt. 1, 1). Más adelante, Dionisio de Halicarnaso, al explicar por qué compuso sus Antiquitates Romanae señalaría que dejar huellas y evidencias para la posteridad era una excelente forma de contribuir a la construcción del presente (Dio. Hal. 1, 2) por lo que esas huellas representaban, también, para las generaciones futuras, afirmación ésta también recuperada luego por Casio Dión (Cass. Dio 1, 2) al describir que el objeto de su Historia Romana era que cualquiera, fuera o no Romano, tuviera acceso a los hechos esenciales del despegue de Roma como comunidad política.

[2] El deseable compromiso del hombre con el conocimiento y el recuerdo de su Historia. Nescire Historiam id est semper puerum esse, afirmaba -pese al Latín, la cita no es textual en su primera parte- Cicerón (Cic. Orat. 120, 4) en una de las citas más repetidas del Arpinate: "desconocer nuestra Historia es ser siempre como un niño". La reflexión sobre el pasado y su conocimiento eran ya invocados por Polibio (Polyb. 1, 4) como uno de los jrésimon kaí tó terpnón tés historías, como el gran "provecho" de la Historia que, desde luego, la Antigüedad entendió siempre como una Historia absolutamente útil. Y es gratísimo que veinte siglos después una institución estatal como la Corona española se esfuerce por recordarlo -anotando, además, que no basta con "conocerla y recordarla" sino, también, con "administrar" su legado- sean cuáles sean los móviles que le hayan llevado a hacerlo. 

[3] La Historia como caudal educativo para "entender nuestro presente y orientar nuestro futuro". Acaso es en este punto donde el mensaje de Felipe VI entronca más directamente con la filosofía de la Historia propia del mundo clásico. El recuerdo de la Historia, afirmaba también Cicerón (Cic. Orat. 34, 120, 5), añade a quien la invoca auctoritas y fides, es decir, "autoridad moral" y "seguridad", "confianza", "fiabilidad". Quizás en ese sentido las palabras de Felipe VI encajan de un modo extraordinario no en vano el monarca resaltó de qué modo el pasado común del país debía contribuir a generar seguridad -fides- en el futuro -acaso algo incierto- que hay por delante. Polibio, por su parte, unos siglos antes que Cicerón, no había sido menos expresivo cuando, en su conocido épainon tés historías -"elogio de la Historia"- afirmaba que "para los hombres no existe enseñanza más clara que el conocimiento de los hechos pretéritos" (Polyb. 1, 1), algo muy unido a su idea -antes recogida- de la Historia como herramienta básica para la formación política. 

[4] La Historia, constructora de identidad. Ya desde Tucícides (1, 22, 4) la Historia -y así lo recordaría, en un opúsculo de lectura inexcusable, algunos siglos después, Luciano de Samósata (59: Quomodo historia conscribenda sit)- era concebida como "un bien para siempre" como una reflexión sobre el pasado que lejos del simple entretenimiento -que, desde luego, es también un ingrediente que hace atractiva a esta disciplina- permitía una mejor comprensión de la evolución de los Estados y, por tanto, permitía hacerse cargo de hasta qué punto "la prosperidad humana" (la eudaimonía, que es un concepto mucho más amplio que el de "prosperidad") nunca es permanente -como afirmaba Heródoto (Hdt. 1, 5)- incidiendo en hacer inteligible cómo la grandeza de un pueblo debe entenderse siempre como resultado de su evolución a través del tiempo (Liv. 1). Somos, sin duda, lo que hemos sido en el pasado y ambas realidades juntas configuran nuestro futuro. La Historia es, por tanto, el mejor "patrimonio" identitario con que cuenta cualquier civilización, cualquier sociedad, de ahí que sea tan recomendable su estudio, conocimiento y promoción.

[5] El hombre, agente de la Historia. El conocimiento de los hechos pretéritos, la dedicación a la Historia, generaba para los antiguos "inteligencia política" (Luc. 59, 34) algo que constituye, seguramente, la mejor virtud -muchas veces infravalorada- del historiador. Si hubo una potencia en la Antigüedad que subrayó en la Historia su peso personalista esa fue Roma tratando, de hecho, de ahondar en la introspección psicológica y personal de los grandes protagonistas del pasado algo que, sobre todo, se percibe en la historiografía alto-imperial. Se ve claramente en Suetonio, en Dión Casio o en Tácito aunque ya Tito Livio lo subrayaba (Liv. 1, 9) cuando nos recordaba que su objetivo como historiador era definir per quos uiros quibusque artibus (...) auctum imperium sit, es decir, "a través de qué hombres y a través de qué artes se amplió el poder de Roma". Nada que objetar, al contrario, a la afirmación de Felipe VI de que nosotros somos los verdaderos protagonistas de nuestra propia Historia... ¡y más en este tiempo!

Se podrá estar más o menos de acuerdo con la institución monárquica, se podrá considerar más o menos oportunista el discurso y su contenido más o menos apropiado para los tiempos que corren pero lo que no puede negarse es que en una sociedad en la que casi nadie parece recordar el valor de la Historia para la formación de las mentalidades -y para la escena política- y para la subsistencia de la cultura, que la más alta institución del Estado le preste -por las razones que sean, es cierto... ¡pero esas razones ya hacen grande a la Historia con mayúsculas y a la historia a la que se apela en este caso!- la atención que SM El Rey le ha prestado en su reciente mensaje navideño es, nos parece, motivo de alegría.

Está claro que, consciente o inconscientemente, además, como escribió W. Jaeger, la fuerza evocadora y la energía educadora de los clásicos siguen teniendo presencia -al menos en este caso a través de su incorporación a la cultura compartida- en la vida cotidiana.

Se abre el debate, en cualquier caso...